lunes, 17 de febrero de 2014

SHAME...

Exactamente eso. Vergüenza. Vergüenza debería darles a los "señores académicos" no haber sido más benévolos con esta película. Intento que no escueza, he dejado pasar el tiempo y he visto que Fassbender sigue siendo, indiscutiblemente, un grande del cine actual, pero ahora llegan los NO-premios para 12 años de esclavitud y toda la rabia que me guardé en su día, reflota. 

Pongámonos en situación.
Una presentación del personaje simple, básica. Esa sábana azul envolviendo el cuerpo de Fassbender, inerte, sin saber exactamente si aun respira. Pero se mueve, respira y así, poco a poco y sin darnos cuenta, vamos entrando en un bucle que avanza muy despacio, lento, silencioso sin darte cuenta donde te estás metiendo hasta llegar al límite con un ritmo vertiginoso, al compás de los movimientos de cadera del protagonista, de los gemidos, del placer y de la vergüenza. 

La banda sonora ayuda, como siempre (¿para que existen si no?), pero esta refleja la condición de personaje; la banda sonora de Harry Escott es Brandon Sullivan. Una música lenta, pausada, estudiada, que en momentos parece desaparecer, pero sin que te des cuenta vuelve a la carga y te invade, como los deseos de Brandon. 

McQueen siempre cuenta con un mismo actor: el silencio. Narra con él y eso señores, es muy difícil. O a mí me lo parece. Que el silencio construya, pero que al mismo tiempo destruya como muchas veces ocurre en esta película. Un silencio donde podemos escuchar al protagonista gritar, pedir ayuda. O no, porque realmente no se trata de eso. No se trata de un drama para que te compadezcas de su protagonista y de su adicción, no se trata de que pienses en Brandon y su hermana Sissy (increíble Carey Mulligan - poco se nota que me gusta) son dos pobre almas que tuvieron una mala infancia y por eso ahora son así: uno, un adicto al sexo, la otra... podría decirse adicta a la gente, a sentirse querida, a no querer sentirse sola. McQueen no se regodea en la mierda de estos dos hermanos, solo nos presenta un adicción devastadora, silenciosa y muy difícil de controlar. 

Y así la adicción toma rostro y cuerpo. Michael Fassbender ha hecho de todo en su vida, pero este papel tendrá que arrastrarlo durante mucho tiempo y no sólo porque haya gente que hable más de su pene que de él (que sí, que el chico está tremendo y ni lo voy a negar, ni quiero que cambie esa situación, pero hay mucho más), sino por toda la vergüenza que nos hizo sentir, por la escena de sexo final en la que solo puedes compadecerte de él y sentir una angustia terrible, por la escena que cierra la película y que nos deja pensando en como será ahora la vida de Brandon. Porque es así, una vez que nos hemos asomado a su vida, que la espiral de sexo y confusión nos ha arrastrado y estamos en lo más alto, en el climax (como la canción de Sinatra que interpreta Sissi "top of the list, head of the heap, king of the hill") no sabemos salir y tampoco estamos seguros de querer, porque es más fuerte que nosotros, es una adicción. 

Podría pasarme horas y horas hablando de Shame. Pero creo que lo mejor es el silencio. Que deje que quien no la haya visto no pierda más el tiempo y que quien si lo haya hecho, lo vuelva a hacer. Recaed. 

No puedo acabar sin quitarme el sombrero ante los ocho minutos y treinta segundos iniciales. Sin diálogo, solo música y Fassbender, hasta acabar en el lugar de trabajo de Brandon, en un cubículo de cristal con toda su plantilla y su jefe que pronuncia: "Eres asqueroso". Fassbender levanta su mirada, porque no lo puede evitar, eso es lo que piensa de sí mismo y se siente aludido al oírlo. No hay más que decir, no hay más que ver, todo lo demás es vergüenza.

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