No me he leído el libro que, no sé por qué, es algo que me ocurre con frecuencia: primero veo la película y luego me leo el libro. No lo hago a propósito, ocurre sin más. De esta novela no tenía ni la más remota idea, pero en noviembre fue la Fiesta del Cine a ver Rush (de promoción y promoción y tiro por que me toca: Cine vs. Crisis) y uno de los trailers era La ladrona de libros. Esos tres minutos me agradaron considerablemente y la apunté en mi lista mental de cosas por ver. Hubo tres motivos claros por los que quería verla:
1. La niña en cuestión, Liesel, robaba libros. ¿Hay algo más extraordinario que salvar un libro? Aunque como ella recalca constantemente a su amigo Rudy "yo no robo, lo tomo prestado".
2. Geoffrey Rush (esta posición en la lista no es justa, porque es la razón de más peso)
3. Quería quitarme el mal sabor de boca que me había dejado El niño con el pijama de rayas.
Porque sí, a pesar de haber visto unas tres o cuatro veces la adaptación de la novela de John Boyne, El niño con el pijama de rayas, siempre había preguntas que me hacía y que no lograba contestarme, incluso después de haber leído el libro - porque esta vez hice bien los deberes y el libro fue primero. El niño alemán me resultaba sumamente insoportable y creo que lo hacían demasiado estúpido: una cosa es que te eduquen en que el Führer es bueno y vela por ti, y otra que no te enteres de la misa la media. Y no me refiero a que no entiendas que es lo que narices pasa en aquel terreno vallado que hay detrás de tu casa, sino que tu amigo está demacrado, presenta heridas en la cara y cuerpo constantemente y mientras tú juegas, él trabaja para ti y tu familia (recordemos la escena en la que el pequeño Schmuel limpia las copas dentro de la casa de Bruno, escena que yo recuerdo por el impecable Rupert Friend). Entiendo que lo que el autor pretendía mostrar era la inocencia del niño que no sabe nada, del niño que ve que hay cosas que no están bien y no sabe por qué, un niño que solo se comporta como un niño. Pero el querer dejarlo todo de la mano de la inocencia no fue lo único que me dejó un regusto amargo. Lo peor es el final. Y no, no voy a hacer NINGÚN SPOILER, porque no se trata de eso, pero sobre mi cabeza se quedó flotando una idea: ¡qué horror! ¡qué terrible sería que algo le ocurriese a un niño alemán! Pero, ¿cuántos niños más habría en ese campo de concentración, pero que no se muestran en la película? ¿Cuántos niños y jóvenes en la vida real no salieron de esos campos? No pretendo ser demagoga, pero quizá no está bien ligado o yo que soy una conspiranoide y me quedo siempre con la idea que no es.
No sé, tal vez fue el montaje y aunque me quedó muy claro que era una historia sobre la amistad, más allá de las razas y religiones, no sentí que aquello nos dijese algo nuevo sobre la Segunda Guerra Mundial.
Con La ladrona de libros me ocurrió algo distinto. Una historia ficticia, pero muy bien integrada, es decir, podría haber sido real, comenzada con un nazismo en pleno auge y desarrollada a la par que transcurren los cinco años de la Segunda Guerra Mundial. El detalle de incluir momentos clave como la noche de los cristales rotos (noche del 9 al 10 de noviembre de 1938) y la quema de libros (la más conocida, el 10 de mayo de 1933 en Bebelplatz) no solo le da peso a la película, sino que enfatiza en las campañas que los regímenes políticos hacían desde el principio. No suena tan lejano que el gobierno de un país pretenda someter al pueblo a base de erradicar todo brote de cultura, ¿os suena?
A todo eso se suma mi pasión por los libros, la música del gran John Williams (nominada al Globo de Oro) y un Geoffrey Rush que nunca deja de sorprenderme. Todo eso hacen de esta película una joya que, a pesar de no ser un tesoro de la historia del cine, nos puede ayudar a reflexionar y ¿para qué está el cine si no?
Y queda el toque final, esa voz en off de un personaje que no revela su identidad hasta casi el final, pero que todos sabemos quién es. Para mí, todo un acierto, pero ya he cotejado opiniones y parece ser que a no todos agrada por igual. Para gustos, colores.
Si El niño con el pijama de rayas te removió por dentro, no dudes en ver La ladrona de libros.
Peliculon,sin dudarlo.Querida Watson,impecables tu escritos.Soy seguidora tuya desde que naciste,y lo seguire siendo.Me enganchas con tus comentarios cosa loca,jajajajaja.Maaaaasssssss,kiero masss
ResponderEliminarPeliculon,sin dudarlo.Querida Watson,impecables tu escritos.Soy seguidora tuya desde que naciste,y lo seguire siendo.Me enganchas con tus comentarios cosa loca,jajajajaja.Maaaaasssssss,kiero masss
ResponderEliminarEn primeiro lugar, creo que eres moi dura con El Niño del Pijama a Rayas. Non podes buscar razóns nin erros á inocencia dun neno. Póñoche un exemplo, e é real: cando eu era pequena, sobre seis ou sete anos (a idade aproximada do protagonista), pregunteille á miña nai a razón de que todo o mundo falaba tan mal dun señor que se chamaba Franco. A miña nai contestoume: "Porque Franco non deixaba pensar á xente".
ResponderEliminarNese momento, eu imaxinei que Franco tiña algún tipo de mecanismo tecnolóxico mediante o cal impedía á poboación pensar, xa que no momento no que algo te rondaba a mente, a policía de Franco era avisada por un pilotiño vermello e iban a por ti. Iso na miña mente infantil, claro.
Por iso mesmo, creo que Boyne fai un exercicio extraordinario devolvéndonos ao paraíso da ausencia de razón, das non-preguntas e creo que, no fondo, o que pretende é equiparar a inocencia infantil á falsa inocencia alemana: dende o inicio Bruno acepta as normas, mais aínda non é o suficientemente maduro como plantearse se iso é ou non é correcto. Simplemente llo ordenan, e o mundo naceu así para el, baixo esa face e sen memoria colectiva que lle explique o que é un holocausto. E, do mesmo xeito que no estadio do mundo infantil o noso maior referente en materia de normas é "a nai", é dicir, a familia, cando medramos o referente é ese Gran Outro que lle chamaría Lacan, que dicta as normas sen aceptar quen llas cuestione, é dicir, Hitler.
Por iso creo que máis aló de que a inocencia de Bruno poda estar "amplificada", creo que non é iso no que hai que fixarse, senón no que representa esa inocencia en si e no metafórico final da obra.
Pero esa é a miña idea, e eu non son unha experta nin teño un blogue (por iso aproveito o teu para tocar un pouco a moral e rememorar as tardes de té e cinema).
Por certo, non vou ver o filme da Ladrona de Libros até que non leas o libro. Teño un grato recordo da obra literaria e non quero empañalo cun filme que non esté á altura. Así que esperarei á túa opinión!
Despídome cun: agardo impaciente a próxima entrada.
Toda la razón, querida Celia!! A veces los adultos se nos hace difícil volver a la infancia!!! ;)
ResponderEliminarTe echo de menos :(